«¡Oh, Jehová, de mañana oirás mi voz; de mañana me presentaré delante de ti, y esperaré!» (Salmo 5:3)
Observemos en el texto: La buena obra que tenemos que hacer en sí: Dios tiene que oír nuestra voz, hemos de dirigirle nuestra oración a Él, hemos de esperar en Él. El tiempo designado y observado para hacer esta buena obra: Este momento es hoy por la mañana, y de nuevo la próxima mañana, esto es, cada mañana, cada vez que empieza el día.
En cuanto a lo primero, o sea, la obra, o la buena obra que se nos enseña por medio del ejemplo de David, se resume en una palabra: orar. Un deber que ya nos dicta la luz y la ley de la naturaleza, que nos habla de modo claro y alto: ¿No deben los hombres buscar a su Dios? Pero el Evangelio de Cristo aun nos da instrucciones más claras y nos anima a hacerlo mejor que la naturaleza; y es en su nombre que hemos de orar, y con su ayuda, y nos invita a presentarnos con confianza ante el trono de la gracia, y entrar en el lugar santísimo por la sangre de Jesús. Esta obra la hemos de hacer no solamente por la mañana, sino en todo momento; leemos de «predicar la palabra fuera de tiempo», pero no leemos de «orar fuera de tiempo», porque nunca es fuera de tiempo para orar; el trono de la gracia está siempre abierto y suplicantes humildes son recibidos siempre con una bienvenida, y no pueden presentarse a deshora.
Pero veamos en qué forma expresa aquí David su piadosa resolución de cumplir este deber. Oirás mi voz. La voz de David puede ser oída de dos maneras. O bien: Considera que será aceptado por Dios en su gracia. Oirás mi voz cuando por la mañana dirigiré a ti mi oración; éste es el lenguaje de la fe, fundado en la promesa de Dios de que su oído oirá siempre el clamor de su pueblo. David había orado (versículo 1): «Escucha, ¡oh!, Jehová, mis palabras», y en el versículo 2: «Está atento a la voz de mi clamor»; y aquí hay una respuesta de aquella petición, la convicción de que «Oirás». No tengo la menor duda de que la oirás; y aunque de momento no tengo una garantía concedida de la cosa que pido, con todo, estoy seguro de que mi oración será oída, aceptada y presentada, como ocurrió con la oración de Cornelio; es guardada, catalogada, pero no olvidada. Si hemos mirado dentro y podemos decir por experiencia que Dios ha preparado nuestro corazón, podemos mirar hacia arriba y hacia delante y decir con confianza que Él nos oirá.
Podemos estar seguros de esto, y hemos de orar estando seguros de ello, en la plena seguridad de la fe, de que dondequiera que Dios halla un corazón que ora, este corazón hallará un Dios que escucha la oración, aunque sea en voz baja, o sea una voz débil; con todo, si procede de un corazón recto, es una voz que Dios escucha, que escuchará con placer, ya que el hacerlo es su deleite, y que le dará una respuesta; Él ha visto tus oraciones, ha visto tus lágrimas. Cuando, por tanto, estamos orando, éste es el terreno en que nos basamos, éste es el principio sobre el cual descansamos: nada de dudas, nada de vacilaciones, porque todo lo que pedimos a Dios como Padre, en el nombre de Jesucristo, el Mediador, según la voluntad de Dios revelada en la Escritura, nos será concedido, conforme a la petición, o, mejor aún, en su amor; ésta es la promesa de Juan 16:23, y la verdad de esta afirmación está sellada por la experiencia concurrente de los santos de todas las edades, desde los mismos principios en que los hombres empezaron a invocar el nombre del Señor, porque el Dios de Jacob no ha dicho nunca a la simiente de Jacob «buscadme», y los ha dejado buscar en vano, y no va a empezar ahora. Cuando nos acercamos a Dios en oración, si estamos bien con Él, podemos estar seguros de esto, que a pesar de la distancia entre el cielo y la tierra y nuestra falta de valor o indignidad total para que Él se ocupe de nosotros o nos muestre su favor, Dios escucha nuestra voz, y no se apartará de nuestra oración o de su misericordia.
(…) Esto, pues, hemos de hacer en toda oración; hemos de hablar a Dios; hemos de escribirle; decimos que oímos de un amigo cuando recibimos carta de él; hemos de procurar que Dios nos oiga cada día. Él lo espera y lo requiere. Aunque Él no tiene necesidad de nosotros o de nuestros servicios, ni puede sacar provecho de ellos; con todo, Él nos ha mandado que le ofrezcamos el sacrificio de oración y alabanza continuamente.
Así Él mantendrá su autoridad sobre nosotros y hará presente en nuestra mente nuestra sumisión a Él, algo que tenemos tendencia a olvidar. Él requiere que le prestemos nuestro homenaje solemnemente por medio de la oración, y que demos honor a su nombre, para que por medio de este acto y hecho nuestro, propio, repetido frecuentemente, cumplamos la obligación que tenemos de observar sus estatutos y guardar sus leyes, y estar más y más atentos a las mismas. Él es tu Señor y tú le adoras para que por medio de la humilde adoración de sus perfecciones puedas llevar a cabo un humilde y constante cumplimiento de su voluntad que sea más fácil para ti. Al rendir obediencia aprendemos obediencia.
Fragmento tomado del libro «El Secreto de la comunión con Dios» de Matthew Henry, disponible en nuestra librería. Adquiéralo para continuar disfrutando de esta edificante lectura.