CÓMO EMPEZAR CADA DÍA CON DIOS, Matthew Henry

Image«¡Oh, Jehová, de mañana oirás mi voz; de mañana me presentaré delante de ti, y esperaré!» (Salmo 5:3)

Observemos en el texto: La buena obra que tenemos que hacer en sí: Dios tiene que oír nuestra voz, hemos de dirigirle nuestra oración a Él, hemos de esperar en Él. El tiempo designado y observado para hacer esta buena obra: Este momento es hoy por la mañana, y de nuevo la próxima mañana, esto es, cada mañana, cada vez que empieza el día.

En cuanto a lo primero, o sea, la obra, o la buena obra que se nos enseña por medio del ejemplo de David, se resume en una palabra: orar. Un deber que ya nos dicta la luz y la ley de la naturaleza, que nos habla de modo claro y alto: ¿No deben los hombres buscar a su Dios? Pero el Evangelio de Cristo aun nos da instrucciones más claras y nos anima a hacerlo mejor que la naturaleza; y es en su nombre que hemos de orar, y con su ayuda, y nos invita a presentarnos con confianza ante el trono de la gracia, y entrar en el lugar santísimo por la sangre de Jesús. Esta obra la hemos de hacer no solamente por la mañana, sino en todo momento; leemos de «predicar la palabra fuera de tiempo», pero no leemos de «orar fuera de tiempo», porque nunca es fuera de tiempo para orar; el trono de la gracia está siempre abierto y suplicantes humildes son recibidos siempre con una bienvenida, y no pueden presentarse a deshora.

Pero veamos en qué forma expresa aquí David su piadosa resolución de cumplir este deber. Oirás mi voz. La voz de David puede ser oída de dos maneras. O bien: Considera que será aceptado por Dios en su gracia. Oirás mi voz cuando por la mañana dirigiré a ti mi oración; éste es el lenguaje de la fe, fundado en la promesa de Dios de que su oído oirá siempre el clamor de su pueblo. David había orado (versículo 1): «Escucha, ¡oh!, Jehová, mis palabras», y en el versículo 2: «Está atento a la voz de mi clamor»; y aquí hay una respuesta de aquella petición, la convicción de que «Oirás». No tengo la menor duda de que la oirás; y aunque de momento no tengo una garantía concedida de la cosa que pido, con todo, estoy seguro de que mi oración será oída, aceptada y presentada, como ocurrió con la oración de Cornelio; es guardada, catalogada, pero no olvidada. Si hemos mirado dentro y podemos decir por experiencia que Dios ha preparado nuestro corazón, podemos mirar hacia arriba y hacia delante y decir con confianza que Él nos oirá.

Podemos estar seguros de esto, y hemos de orar estando seguros de ello, en la plena seguridad de la fe, de que dondequiera que Dios halla un corazón que ora, este corazón hallará un Dios que escucha la oración, aunque sea en voz baja, o sea una voz débil; con todo, si procede de un corazón recto, es una voz que Dios escucha, que escuchará con placer, ya que el hacerlo es su deleite, y que le dará una respuesta; Él ha visto tus oraciones, ha visto tus lágrimas. Cuando, por tanto, estamos orando, éste es el terreno en que nos basamos, éste es el principio sobre el cual descansamos: nada de dudas, nada de vacilaciones, porque todo lo que pedimos a Dios como Padre, en el nombre de Jesucristo, el Mediador, según la voluntad de Dios revelada en la Escritura, nos será concedido, conforme a la petición, o, mejor aún, en su amor; ésta es la promesa de Juan 16:23, y la verdad de esta afirmación está sellada por la experiencia concurrente de los santos de todas las edades, desde los mismos principios en que los hombres empezaron a invocar el nombre del Señor, porque el Dios de Jacob no ha dicho nunca a la simiente de Jacob «buscadme», y los ha dejado buscar en vano, y no va a empezar ahora. Cuando nos acercamos a Dios en oración, si estamos bien con Él, podemos estar seguros de esto, que a pesar de la distancia entre el cielo y la tierra y nuestra falta de valor o indignidad total para que Él se ocupe de nosotros o nos muestre su favor, Dios escucha nuestra voz, y no se apartará de nuestra oración o de su misericordia.

(…) Esto, pues, hemos de hacer en toda oración; hemos de hablar a Dios; hemos de escribirle; decimos que oímos de un amigo cuando recibimos carta de él; hemos de procurar que Dios nos oiga cada día. Él lo espera y lo requiere. Aunque Él no tiene necesidad de nosotros o de nuestros servicios, ni puede sacar provecho de ellos; con todo, Él nos ha mandado que le ofrezcamos el sacrificio de oración y alabanza continuamente.

Así Él mantendrá su autoridad sobre nosotros y hará presente en nuestra mente nuestra sumisión a Él, algo que tenemos tendencia a olvidar. Él requiere que le prestemos nuestro homenaje solemnemente por medio de la oración, y que demos honor a su nombre, para que por medio de este acto y hecho nuestro, propio, repetido frecuentemente, cumplamos la obligación que tenemos de observar sus estatutos y guardar sus leyes, y estar más y más atentos a las mismas. Él es tu Señor y tú le adoras para que por medio de la humilde adoración de sus perfecciones puedas llevar a cabo un humilde y constante cumplimiento de su voluntad que sea más fácil para ti. Al rendir obediencia aprendemos obediencia.

Fragmento tomado del libro «El Secreto de la comunión con Dios» de Matthew Henry, disponible en nuestra librería. Adquiéralo para continuar disfrutando de esta edificante lectura. 

EL GRAN VALOR DE LOS SALMOS, Martyn Lloyd Jones

Lloyd Jones - Fe a PruebaHay varios aspectos de los Salmos que nos podrían interesar. Lo que quisiera mencionar en especial es la notoria honestidad con que estos hombres dicen la verdad acerca de sí mismos. Un ejemplo clásico es el del Salmo 73. Abiertamente admite que casi se apartaron sus pasos, y que poco faltó para que resbalaran sus pies y luego sigue diciendo que era como una bestia por su torpeza. ¡Qué honestidad! Este es el gran valor de los Salmos. No hallo nada más desalentador en la vida espiritual que encontrarme con aquellos que dan la impresión de vivir siempre en la cima de la montaña.

Ciertamente no encontramos esto en la Biblia. La Biblia nos enseña que estos hombres sabían lo que era estar abatidos y en graves problemas. Muchos santos, en sus peregrinajes por esta tierra, han dado gracias a Dios por la honestidad de los que escribieron los Salmos. Estos no han escrito una enseñanza utópica, que no haya sido una realidad en sus vidas. Las doctrinas perfeccionistas jamas son verdaderas. No se dan en las vidas de los que las enseñan pues ellos también son criaturas falibles como todos nosotros. Proclaman las teorías de sus doctrinas pero no son realidad en sus experiencias. Gracias a Dios que los salmistas no hacen esto. Nos dicen la pura verdad acerca de sí mismos: nos dicen la verdad acerca de lo que les sucedió. No lo hacen para exhibirse. La confesión de pecados puede en algunos casos ser una forma de exhibicionismo. Hay ciertas personas que están dispuestas a confesar sus pecados siempre y cuando puedan hablar de sí mismos. Es un peligro muy sutil. El salmista no hace esto; nos cuenta la verdad acerca de sí mismo sólo para glorificar a Dios. Su honestidad está guiada por este principio, porque al mostrar el contraste entre él y Dios, ministra para la gloria de Dios.

Esto es justamente lo que el salmista hace aquí. Notemos que comienza el Salmo con una nota triunfante: «Ciertamente es bueno Dios para con Israel, para con los limpios de corazón». Es como si dijera: «Les voy a contar una historia, voy a contarles lo que me ha pasado, pero quiero dejar algo bien claro: la bondad de Dios». Esto es más claro si usamos una mejor traducción: «Dios es siempre bueno para con Israel, para con los limpios de corazón». Dios nunca varía, no tiene limitaciones ni requisitos. «Esta es mi declaración», dice el salmista, «Dios es siempre bueno para con Israel». La mayoría de los Salmos comienzan con esta grandiosa adoración y acción de gracias.

Ahora bien, como a menudo he dicho, los Salmos generalmente comienzan con una conclusión. Esto es aparentemente paradójico, pero no estoy procurando ser paradójico: es la verdad. Este hombre ha tenido una experiencia, y ha llegado a una conclusión. Lo interesante es precisamente esta conclusión, y por lo tanto comienza con el final; luego describe cómo llegó a esa conclusión. Esta es una buena forma de enseñar, y es el método de los Salmos. El valor de la experiencia es que constituye una ilustración de esta verdad. La experiencia por sí sola no tiene valor, y el salmista no tiene interés en contárnosla porque sí. Su valor reside en ilustrarnos la gran verdad acerca de Dios.

(…) El salmista nos cuenta acerca de una experiencia especial que tuvo. Nos cuenta que fue muy zarandeado, y que casi cayó. ¿Cuál fue la causa? Sencillamente que no había entendido el propósito de Dios para con él. Fue consciente de un hecho doloroso. Estaba viviendo una vida santa, manteniendo limpio su corazón y lavadas sus manos en inocencia. En otras palabras estaba viviendo píamente. Evitaba el pecado, meditaba en las cosas de Dios, ocupando su tiempo en oración; se examinaba a sí mismo, y cuando descubría su pecado lo confesaba a Dios en penitencia, buscando su perdón y renovación. En otras palabras, se podría decir que practicaba una vida que agradaba a Dios, renunciando a este mundo y su corrupción; se separaba de los caminos malos y se dedicaba a vivir una vida santa. Sin embargo, aunque hacía todo esto, experimentaba serios problemas, porque dice: «he sido azotado todo el día, y castigado todas las mañanas». Realmente estaba pasando por un mal momento. No nos cuenta exactamente qué le sucedía; no se sabe si era una enfermedad, una dolencia o problemas en su familia. Sea lo que fuere, era penoso, y sufría bastante en la prueba. Al parecer todo le iba mal y nada bien.

Ya de por sí esto era malo, pero no era lo que mayormente le preocupaba y entristecía. Su preocupación era que al fijarse en los impíos veía un marcado contraste. «Todos sabemos que estos hombres son impíos», dice, «todos ven que son malvados. Pero prosperan en el mundo, aumentan sus riquezas», porque «no tienen congojas por su muerte, pues su vigor está entero. No pasan trabajos como los otros mortales, ni son azotados como los demás hombres». Describe la arrogancia de ellos, su engaño y su blasfemia. Esto no sólo fue verdad de los hombres que vivían en esa época, sino también de los que viven actualmente. Este Salmo es un pronunciamiento clásico de este típico problema: los tratos de Dios con el hombre, y especialmente con su pueblo. Esto es lo que lo tenía confundido al contrastar su suerte con la de los malos. Y nos relata su reacción ante todo esto.

Si quiere conocer más de las enseñanzas que recibió el Salmista, no deje de leer este clásico de Martyn Lloyd Jones “Fe a prueba”, disponible en nuestra librería Palabra Inspirada.

QUIÉNES DEBEN TOMAR LA CENA DEL SEÑOR, JC Ryle

Ryle - Cristianismo practicoQuiénes deberían ser comulgantes, ¿Qué clase de personas pretendía que acudieran a la mesa y recibieran la Cena del Señor? 

Las cosas quedarán más claras si primero explico quiénes no tendrían que participar de esta ordenanza. La ignorancia que prevalece en esta materia, así como en todos los demás aspectos de la cuestión, es vasta, lamentable y terrible. Los principales gigantes que describe Bunyan en El progreso del peregrino, que tan peligrosos resultaban para los peregrinos cristianos, eran dos: “Papa” y “Pagano”. Si aquel buen puritano de antaño hubiera podido ver los tiempos en que vivimos, habría dicho cuatro cosas acerca del gigante “Ignorancia”.

a. No es correcto apremiar a todos los bautizados a convertirse en comulgantes. Hay que tener en cuenta la aptitud y la preparación para la ordenanza. No funciona como una medicina, que no depende del estado mental de quienes la reciben. La enseñanza de los que presionan a toda su congregación a acercarse a la Mesa del Señor, como si el mero hecho de hacerlo tuviera necesariamente que beneficiar a todo el mundo, está totalmente desautorizada en la Escritura. No, más bien es una enseñanza calculada para causar un intenso daño a las almas de los hombres y para convertir la recepción del sacramento en un simple rito. La ignorancia no puede ser nunca el origen de una adoración aceptable, y un comulgante ignorante que acude a la Mesa del Señor sin saber por qué razón lo hace completamente fuera de lugar. “Pruébese cada uno a sí mismo, y coma así del pan, y beba de la copa” (1 Corintios 11:29) – es decir, comprender lo que representan los elementos del pan y el vino, por qué se designaron y qué sentido especial tiene recordar la muerte de Cristo – es un requisito esencial para ser un verdadero comulgante. Dios “manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan” (Hechos 17:30); pero Él no manda a todos del mismo modo, ni de la misma manera, que acudan a la Mesa del Señor; No; ¡este acto no puede tomarse de forma inconsciente, a la ligera y sin ningún cuidado! Es una ordenanza solemne, y debería practicarse con toda solemnidad.

b. Pero esto no es todo. Los pecadores que viven abiertamente en pecado, y están decididos a no abandonarlo, en ningún caso deberían acudir a la Mesa del Señor. Hacerlo es un verdadero insulto hacia Cristo y equivale a verter desprecio sobre Su evangelio. Es una insensatez profesar que deseamos recordar la muerte de Cristo mientras nos aferramos al elemento maldito que hizo necesario que Cristo muriera. El mero hecho de que un hombre continúe en el pecado es una prueba clara de que no le importa Cristo y de que no siente ninguna gratitud por la Redención. El papista ignorante que va al confesionario del sacerdote y recibe la absolución puede pensar que está preparado para ir a la misa papal, y que después de la misa es libre de volver a sus pecados. ¡Nunca lee la Biblia y no conoce otra cosa! Pero la persona que quebranta de forma habitual cualquiera de los mandamientos de Dios y, a pesar de ello, acude a recibir el sacramento, como si fuera a proporciona algún beneficio y a borrar sus pecados, ciertamente es muy culpable. Mientras quiera continuar en sus malvados hábitos, no puede obtener el más mínimo provecho de las ordenanzas de Cristo, y solo está añadiendo pecado sobre pecado. Llevar al comulgatorio un pecado del cual no nos hemos arrepentido y recibir allí el pan y el vino, sabiendo en nuestros corazones que seguimos estando en relaciones de amistad con la maldad, es una de las peores cosas que puede hacer un hombre, y una de las que más endurecen la conciencia. Si la persona se empeña en quedarse con sus pecados y no puede dejarlos, entonces que se mantenga alejada de la Cena del Señor, por lo que más quiera. Es posible comer y beber indignamente, y para nuestro propio juicio. A nadie se aplican estas palabras con tanta exactitud como aquel individuo que está abiertamente en pecado.

c. Pero aún no he acabado. Los hipócritas que creen que va a salvarse por sus propias obras nada tienen que hacer en la Mesa del Señor. Por raro que pueda sonar en un principio, estas personas son las menos cualificadas de todas para recibir el sacramento. Puede que externamente lleven unas vidas correctas, morales y respetables, pero mientras confíen en su propia bondad para alcanzar la salvación, están totalmente fuera de lugar en la Cena del Señor. Porque, ¿qué declaramos en la Cena del Señor? Profesamos públicamente que no tenemos bondad, justicia o dignidad propias, y que toda nuestra esperanza está en Cristo. Profesamos públicamente que somos culpables, pecaminosos y corrompidos, y que, por naturaleza, merecemos la ira de Dios y la condenación. Profesamos públicamente que los méritos de Cristo, y no los nuestros, y la justicia de Cristo, y no la nuestra, son la única razón de que busquemos la aceptación de Dios. Ahora bien, ¿qué va a hacer el hipócrita con una ordenanza como esta? Es evidente que nada en absoluto. Una cosa, en cualquier caso, está muy clara: el hipócrita está totalmente fuera del lugar recibiendo el sacramento de la iglesia. El culto de comunión de la iglesia insta a todos los comulgantes a declarar que “no pretenden acudir a la Mesa confiando en sus propias justicias, sino en las grandes y multiformes misericordias de Dios”. Les pide que digan: “No somos dignos de recoger las migajas de debajo de tu mesa”; “La memoria de nuestros pecados es dolorosa para nosotros; la carga de los mismos en intolerable”. ¡No puedo comprender cómo es posible que ningún religioso hipócrita acuda jamás a la Mesa del Señor, y pronuncie estas palabras con su boda! Únicamente demuestra que muchos de os que profesan ser cristianos utilizan excelentes “formas” de adoración sin tomarse la molestia de pensar en lo que significan.

La pura verdad es que la Cena del Señor no se instituyó para las almas muertas, sino para las vidas. Los irreflexivos, los ignorantes, los pecadores voluntarios y los hipócritas no están más preparados para acudir al comulgatorio de lo que pueda estar un cadáver para sentarse al banquete de un rey. Para poder disfrutar de un banquete espiritual debemos tener un corazón, un gusto y un apetito espirituales. Suponer que las ordenanzas de Cristo pueden beneficiar en algo a un hombre no espiritual es tan necio como poner piel y vino en la boda de un muerto. Los irreflexivos, los ignorantes y los pecadores voluntarios, mientras continúen en ese estado, son totalmente indignos de ser comulgantes. Instarlos a acudir no va a beneficiarles, sino a perjudicarles. La Cena del Señor no es una ordenanza para la conversión o la justificación de las personas. Si alguien acude a la Mesa sin haberse convertido, o sin haber recibido el perdón, se irá en el mismo estado en que vino.

Pero, después de todo lo que hemos dicho, habiendo limpiado el terreno de todo error, aún nos queda por responder la pregunta: ¿Qué tipos de personas deberían ser los comulgantes? Respondo a esa cuestión con las palabras del Catecismo de la Iglesia. Allí encuentro que se pregunta: “¿Qué se requiere de aquellos que acuden a la Mesa del Señor?”. En respuesta a esta cuestión descubro que nos enseña que las personas deberían “examinarse a sí mismas para ver si se arrepienten verdaderamente de sus antiguos pecados y se proponen firmemente llevar una nueva vida”; para ver si “tienen una fe viva en la misericordia de Dios a través de Cristo, y un recuerdo agradecido de su muerte”; y para ver si “viven en amor con todos los hombres”. En una palabra, me doy cuenta de que el comulgante digno es aquel que posee tres rasgos y requisitos sencillos: arrepentimiento, fe y caridad. ¿Te arrepientes del pecado y lo aborreces? ¿Pones tu confianza en Jesucristo como tu única esperanza de salvación? ¿Vives lleno de amor hacia los demás? Aquel que pueda con verdad responder afirmativamente a estas preguntas es una persona calificada según las Escrituras para participar de la Cena del Señor. Que venga sin temor. Que no se le ponga ningún obstáculo. Responde al modelo bíblico de comulgante. Puede acercarse con toda confianza, y con la seguridad de que el gran Anfitrión del banquete no se disgustará.

Puede que el arrepentimiento de tal persona sea imperfecto. ¡No importa! ¿Es auténtico? ¿Se arrepiente de verdad? Puede que su fe en Cristo sea débil. ¡No importa! ¿Es auténtica? El cristianismo del hombre no se demuestra por la cantidad en que posea una virtud, sino por el hecho de que la posea en alguna medida. ¡Los primeros doce comulgantes, cuando Cristo mismo dio el pan y el vino, ciertamente eran débiles: débiles en conocimiento, débiles en fe, débiles en valentía, débiles en paciencia y débiles en amor! Pero once de ellos tenían en su interior algo que pesaba más que todos sus defectos: eran auténticos, genuinos, sinceros y verdaderos.

Que este gran principio se arraigue para siempre en nuestras mentes: el único comulgante digno es aquel que conoce por experiencia el arrepentimiento para con Dios, la fe en nuestro Señor Jesucristo y el amor práctico hacia los demás. ¿Eres ese hombre? Entonces puedes acercarte a la mesa y tomar el sacramento a fin de recibir consuelo. Por debajo de este listón no me atrevo  a poner la norma para comulgar. Jamás procuraré llenar un comulgatorio de personas irreflexivas, ignorantes e hipócritas. Pero tampoco voy a elevar la norma por encima de este listón. Jamás diré a nadie que se aparte hasta que sea perfecto y que espere hasta que su corazón sea inmaculado como el de un ángel. No lo haré, porque creo que ni siquiera mi Maestro ni sus apóstoles lo habrían hecho. Señálame un hombre que de verdad sea consciente de sus pecados, que se apoye de verdad en Cristo, que se esfuerce de verdad por ser santo, y yo le daré la bienvenida en nombre de mi Maestro. Puede que se sienta débil, propenso al error, vacío, frágil, lleno de dudas, desdichado y pobre. ¿Qué importa? Estoy seguro de que Pablo lo habría recibido como un buen comulgante, y lo mismo haré yo.

Fragmento tomado del libro «Cristianismo Práctico» de John Charles Ryle. Si usted quiere leer este artículo completo o muchos más temas como: la oración, la lectura de la Biblia, el amor, la felicidad, la enfermedad, el mundo, la riqueza, la pobreza y más, adquiera este excelente libro en www.palabrainspirada.com

LIBRO RECOMENDADO: ¿QUÉ ES EL EVANGELIO?

Gilbert - Qué es Evangelio“¿Qué es el Evangelio?” de Greg Gilbert , es un libro que pertenece a la serie 9 Marcas para una iglesia saludable. Es una presentación clara del Evangelio, tal como se encuentra en las Escrituras. A partir de la presentación sistemática que hace el apóstol Pablo en el libro de Romanos, y repasando los sermones en Hechos, Greg Gilbert sostiene que la estructura central del Evangelio consiste en cuatro temas principales: Dios, el Hombre, Cristo y una respuesta. Este libro examina cuidadosamente cada uno de ellos y luego analiza los efectos que el evangelio tiene en los individuos, la iglesia y el mundo.

Este libro ha sido altamente recomendado:

“Greg Gilbert es uno de los jóvenes más brillantes y fieles llamados a servir a la iglesia de nuestros días. Aquí nos ofrece un entendimiento penetrante, fiel, y completamente bíblico del evangelio de Jesucristo. No hay necesidad más grande que conocer el verdadero evangelio, reconocer las imitaciones falsas, y producir una generación de cristianos centrados en el evangelio. Este importante libro llega justo en el momento correcto”.  R. Albert Mohler Jr. Presidente, The Southern Baptist Theological Seminary. 

“Dos realidades hacen de éste un libro críticamente importante: la centralidad del evangelio en todas las generaciones y la confusión acerca del evangelio en nuestra propia generación. “¿Qué es el evangelio?” provee una explicación bíblica y fiel del evangelio y equipa a los cristianos a discernir las desviaciones de este glorioso mensaje. Cómo me gustaría colocar este libro en las manos de cada pastor y miembro de la Iglesia” C.J. Mahaney, Sovereign Grace Ministries

“Greg Gilbert es alguien a quien he tenido el honor y privilegio de enseñar y alguien que ahora me enseña a mí. Este pequeño libro acerca del evangelio es uno de los libros más importantes y claros que he leído en los últimos años” Mark Dever, Pastor Principal Capitol Hill Baptist Church, Washington DC

“Por alguna buena razón, a los cristianos les gusta la palabra evangelio. Pero trágicamente multitudes de cristianos fallan en absorber totalmente lo que significa. Con doctrina sólida y en forma sencilla, mi buen amigo Greg Gilbert demuestra qué tan importante es entender la naturaleza teológica y la necesidad funcional del evangelio. Tan sólo podemos esperar y orar que este sea el primero de muchos libros de Greg” Tullian Tchividjian, Pastor Principal Coral Ridge Presbyterian Church, Fort Lauderdale, Florida

“Lo que le da profundidad a este libro es su simplicidad. Tal vez el mayor peligro en el Cristianismo es tener presuposiciones en cuanto a qué es el evangelio sin escuchar la voz clara y definitiva de la Biblia. No es una exageración decir que tal vez este sea el libro más importante que usted leerá acerca de la fe cristiana” Rick Holland, Pastor Ejecutivo Grace Community Church, San Valley, California

“Este libro le ayudará a entender, atesorar, y compartir mejor el evangelio de Jesucristo. Y si piensa que ya conoce lo suficiente acerca del evangelio, tal vez lo necesite más que nadie” Joshua Harris, Pastor Principal Covenant Life Church, Gaithersburg, Maryland

“No es tanto que este libro prometa escarbar tierra nueva sino más bien escudriñar tierra vieja que nunca debió haber sido ignorada, y mucho menos abandonada. La claridad de Greg para pensar y articular es enteramente admirable. Este libro agudizará los pensamientos de muchos cristianos maduros en la fe. Más importante aún, este es un libro para ser distribuido ampliamente entre líderes de la iglesia, cristianos jóvenes, y aun entre aquellos que no han confiado en Cristo y que buscan una explicación clara de lo que es el evangelio. Léalo, después compre una caja llena de ellos para distribuirlos generosamente” Donald Arthur Carson, maestro de Trinity Evangelical Divinity School in Deerfield, Ill. 

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¿QUÉ SIGNIFICA SER CRISTIANO?, John MacArthur

MacArthur - EsclavoLos primeros mártires tenían muy claro lo que significaba ser Cristiano. Sin embargo, pregunte hoy lo que significa y probablemente va a recibir una variedad de respuestas, aún de aquellos que se identifican con este sello.

Para algunos, ser “Cristiano” es primariamente cultural y tradicional, un título nominal heredado de una generación previa, el efecto neto que implica evitar ciertos comportamientos y asistir ocasionalmente a la iglesia. Para otros, ser Cristiano es principalmente algo político, una búsqueda para defender valores morales en la plaza pública o quizá para preservar aquellos valores por medio del distanciamiento en general de la plaza pública. No obstante, muchos definen el cristianismo en términos de una experiencia religiosa pasada, una creencia general en Jesús o un deseo por ser una persona Buena. Sin embargo, todo esto cae lamentablemente muy por debajo de lo que realmente significa ser Cristiano desde la perspectiva bíblica.

Es interesante ver que a los seguidores de Jesucristo no se les llamó “cristianos” hasta después de diez o quince años del inicio de la iglesia. Antes de ese tiempo, a ellos sencillamente se les conocía como discípulos, hermanos, creyentes, santos y seguidores del Camino (título derivado de la referencia de Cristo a sí mismo en Juan 14:6, como “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida”). De acuerdo con Hechos 11:26, fue en Antioquía de Siria que “a los discípulos se les llamó cristianos por primera vez” y desde entonces les quedó el nombre.

Inicialmente el nombre lo acuñaron los incrédulos, como un intento por ridiculizar a aquellos que seguían a un Cristo crucificado. Sin embargo, lo que comenzó como un ridículo pronto se convirtió en una insignia de honor. Que a alguien le llamaran “cristiano” (en griego christianoi) era que le identificaban como discípulos de Jesucristo y lo asociaban con Él como su seguidor. De modo similar, los de la familia de César se referían a ellos mismos como Kaisarianoi (aquellos de César) con el objetivo de mostrar su lealtad profunda al emperador romano. A diferencia de los Kaisarianoi, los cristianos, en cambio, no daban su lealtad suprema a Roma o a cualquier otro poder terrenal sino que toda su dedicación y adoración estaban solamente reservadas a Jesucristo.

Por esto, ser cristiano, en el sentido real del término, es ser seguidor incondicional de Cristo. Como dijo el mismo Señor en Juan 10: 27: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen”. El nombre sugiere mucho más que una asociación superficial con Cristo. En lugar de ello, demanda un afecto profundo por Él, lealtad a Él y sumisión a Su Palabra. En el aposento alto, Jesús dijo a sus discípulos: “Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando” (Juan 15:14). Antes dijo a las multitudes que se agrupaban para escucharlo: “Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos” (Juan 8:31); y en otro lugar: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame” (Lucas 9:23; c.p. Juan 12:26).

Cuando nosotros mismos nos llamamos cristianos, proclamamos al mundo que todo sobre nosotros, incluyendo nuestra identidad personal misma, se cimienta en Jesucristo porque nos hemos negado a nosotros mismos para seguirlo y obedecerlo. Él es tanto nuestro Salvador como nuestro Soberano y nuestras vidas se centran en agradarlo a Él. Profesar el título es decir con el apóstol Pablo: “Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia” (Filipenses 1:21).

Fragmento tomado del libro «Esclavo” de John MacArthur. Disponible en nuestra librería.

¿ME AMAS?, JC Ryle

“¿Me amas?” (Juan 21: 16)

Ryle - Secreto vida cristianaEsta pregunta fue dirigida por el Señor Jesús al apóstol Pedro. Una pregunta más importante que ésta no puede hacerse. Han pasado casi veinte siglos desde que se pronunciaron estas palabras, pero aun hoy en día la pregunta es altamente provechosa y escudriñadora. La disposición para amar a alguien constituye uno de los sentimientos más comunes que Dios ha implantado en la naturaleza humana. Desgraciadamente, la gente con demasiada frecuencia vuelca sus afectos sobre objetos que no son dignos, ni valen la pena. En este día quiero reclamar un lugar en nuestros afectos para la única Persona que es digna de los mejores sentimientos de nuestro corazón: el Señor Jesús, la Persona Divina que nos amó y se dio a sí mismo por nosotros. Entre todos nuestros afectos no nos olvidemos de AMAR A CRISTO.

Este no es un tema para meros fanáticos o entusiastas, sino que merece la atención de todo cristiano que cree en la Biblia. Nuestro camino de salvación está estrechamente ligado al mismo. La vida o la muerte, el cielo o el infierno, dependen de la respuesta que demos a la pregunta sencilla y simple de: «¿Amas a Cristo?»

Si amamos a una persona, desearemos pensar en ella. No será necesario que se nos haga memoria sobre la misma, pues no olvidaremos su nombre, su parecido, su carácter, sus gustos, su posición, su ocupación. Durante el día su recuerdo cruzará nuestros pensamientos muchas veces, aun por lejos que se encuentre. Pues bien, lo mismo sucede entre el verdadero creyente y Cristo. Cristo «mora en su corazón» y en su pensamiento (Efesios 3:17). En la religión, el afecto es el secreto de una buena memoria. La gente del mundo, de por sí, no piensa en Cristo, y es que sus afectos no están en Él. Pero el verdadero cristiano durante toda su vida piensa en Cristo y en su obra, pues le ama.

Si amamos a una persona, desearemos oír hablar de ella. Será un placer para nosotros oír hablar a otras personas de ella, y mostraremos interés por cualquier noticia que haga referencia a ella. Cuando alguien describa su manera de ser, de obrar y de hablar, le escucharemos con la máxima atención. Algunos oirán hablar de ella con completa indiferencia, pero nosotros, al oír mencionar su nombre, nos llenaremos de alegría. Pues bien, lo mismo sucede entre el creyente y Cristo. El verdadero creyente se deleita cada vez que oye algo acerca de su Maestro. Los sermones que más le gustan son aquellos que están llenos de Cristo; y las compañías que más prefiere son las de aquellos que se deleitan en las cosas de Cristo. Leí de una ancianita galesa que no sabía nada de inglés, y cada domingo andaba varios kilómetros para oír a un predicador inglés. Al preguntarle por qué andaba tanto si no podía entender la lengua, ella contestó que como el predicador mencionaba tantas veces el nombre de Cristo, esto le hacía mucho bien, puesto que oír tantas veces el nombre de su Salvador era una experiencia dulce.

Si amamos a una persona, nos agradará leer de ella. ¡Qué placer más intenso proporciona a la esposa una carta del marido ausente, o a la madre las noticias del hijo lejano. Para los extraños estas cartas apenas si tendrán valor y sólo a duras penas las leerán. Pero los que aman a los que las han escrito, verán en estas cartas algo que nadie más puede ver; las leerán una y otra vez, y las guardarán como un tesoro. Pues bien, esta es la misma experiencia entre el verdadero cristiano y Cristo. El verdadero creyente se deleita en la lectura de las Escrituras, pues son ellas las que le hablan de su amado Salvador.

Si amamos a una persona, nos esforzaremos para complacerla. Desearemos amoldarnos a sus gustos y opiniones, y obrar según su consejo. Estaremos incluso dispuestos a negarnos a nosotros mismos para adaptarnos a sus deseos, y a abstenernos de aquellas cosas que sabemos que aborrece. Con tal de agradarle mostraremos interés en hacer aquello que por naturaleza no estamos inclinados a hacer. Pues bien, lo mismo suele suceder entre el creyente y Cristo. Para poder agradarle el verdadero cristiano se esfuerza en ser santo en cuerpo y en espíritu. Abandonará cualquier práctica o hábito si sabe que es algo que no complace a Cristo. Contrariamente a lo que hacen los hijos del mundo, no murmurará ni se quejará de que los requerimientos de Cristo son demasiado estrictos o severos. Para él los mandamientos de Cristo no son penosos, ni pesada su carga. ¿Y por qué es esto así? Simplemente porque le ama.

Si amamos a una persona amaremos también a sus amigos. Aún antes de conocerles ya mostramos hacia ellos una favorable inclinación, y esto porque compartimos un mismo amor hacia el amigo o los amigos. Cuando llegamos a conocerles no experimentamos sensación de extrañeza; un sentimiento común nos une: ellos aman a la misma persona que amamos y esto es ya una presentación. Pues bien, lo mismo viene a suceder con el creyente y Cristo. El verdadero cristiano considera a los amigos de Cristo como sus propios amigos, y como miembros del mismo cuerpo, hijos de la misma familia, soldados del mismo ejército y viajantes hacia el mismo hogar. Cuando les ve por primera vez, parece como si ya les hubiera conocido de siempre. Y a los pocos minutos de estar con ellos experimenta una afinidad y familiaridad mucho mayor que cuando está entre gente del mundo que ya hace muchos años que conoce. ¿Y cuál es el secreto de todo esto? Simplemente, un mismo afecto al Salvador, un mismo amor al Señor.

Si amamos a una persona, seremos celosos por su nombre y honra. No permitiremos que se hable mal de ella y saldremos en su defensa. Nos sentiremos obligados a mantener sus intereses y su reputación. Pues bien, algo parecido sucede entre el verdadero cristiano y Cristo. El verdadero creyente reaccionará con santo celo en contra de las injurias hechas a la Palabra del Maestro, a su causa y a su Iglesia. Si las circunstancias así lo requieren, le confesará delante de los príncipes y mostrará su sensibilidad ante la más insignificante afrenta. No callará ni permitirá que la causa del Maestro sea pisoteada, sino que testificará en su favor. ¿Y por qué todo esto? Porque le ama.

Si amamos a una persona, desearemos hablar con ella. Le diremos todos nuestros pensamientos, y le abriremos nuestro corazón. No nos será difícil encontrar tema de conversación. Por reservados y callados que seamos con otras personas, siempre nos resultará fácil hablar con el amigo que amamos de verdad. ¡Tendremos tantas cosas para decir, informar y preguntar! Pues bien, es así entre el verdadero creyente y Cristo. El verdadero cristiano no tiene dificultad para hablar a su Salvador. Cada día tiene algo que decirle, y no es feliz hasta que se lo ha dicho. A través de la oración, cada mañana y cada noche habla con su Maestro. Le expone sus deseos, sus necesidades, sus sentimientos y sus temores. En la hora de la dificultad busca su consejo, y en los momentos de prueba su consuelo; no puede hacer otra cosa: debe conversar continuamente con su Salvador, pues sino, desmayaría en el camino. ¿Y por qué? Simplemente, porque le ama.

Finalmente, si amamos a una persona, desearemos estar siempre con ella. El pensar, oír y hablar de la persona amada, hasta cierto punto nos complace pero no es suficiente; si en verdad amamos, deseamos algo más: deseamos estar siempre en compañía de la persona amada. Ansiamos estar con ella continuamente, y las despedidas nos son en extremo molestas. Pues bien, es así también entre el verdadero creyente y Cristo. El corazón del verdadero cristiano suspira por aquel día cuando verá a su Maestro cara a cara, y para toda la eternidad. Ansía poner punto final al pecar, al arrepentimiento, al creer, y suspira por aquella vida sin fin en la que se verá como ha sido visto, y en la que no habrá más pecado. El vivir por fe le ha sido dulce, pero sabe que el vivir por vista aún le será más dulce. Encontró placentero el oír de Cristo, el hablar de Cristo, y el leer de Cristo; pero mucho mejor será ver a Cristo con sus propios ojos, y para siempre. «Más vale vista de ojos, que deseo que pasa» (Eclesiastés 6:9). ¿Y por qué todo esto? Simplemente, porque le ama.

Estas son las características por las cuales se descubre el verdadero amor. Son simples, y fáciles de entender.

Fragmento tomado del libro «El secreto de la vida cristiana» de Juan Carlos Ryle. Disponible en nuestra librería.

CUATRO BUENAS RAZONES PARA LEER BUENOS LIBROS

Por Tim Challies

libros lecturaEste fin de semana hablé con un grupo de hombres aquí en Nashville, Tennessee. s. El pastor me pidió que hablara a los hombres acerca de la lectura y, en concreto, ¿por qué los cristianos tienen que ser lectores? Si bien lo que preparé fue dirigido específicamente a los hombres, es aplicable tanto a hombres como mujeres. Aquí hay cuatro buenas razones para leer buenos libros: conocer, crecer, producir, y amar.

Leer Para Conocer

La mejor razón para leer libros es conocer a Dios. Creemos, por supuesto, que cada uno de nosotros puede y va a encontrarse con Dios en su Palabra, pero esto no quiere decir que se revela a cada uno de nosotros en igual medida. Podemos y debemos aprovechar lo que otros han aprendido y lo hacemos a través de los libros. Los libros son una parte importante de nuestra tarea permanente de llegar a conocer a la persona y la obra de Dios.

Hay muchas personas que se sienten intimidados por la lectura de obras teológicas. Sin embargo, estamos bien servidos con libros nivel básico y de alcance medio. No importa quién eres, existe un libro escrito en su nivel. Uno de los problemas con dejarnos intimidar alejados de los libros difíciles, libros que están sólo un poco más allá de nosotros, es que podemos empezar a creer que tenemos de Dios más o menos resuelto. Pero aquí está la cosa: es posible capturar y encerrar al Dios de Joel Osteen, pero luego lees a Juan Calvino o Jonathan Edwards y estás completamente humillado por lo poco que sabes de este Dios.

Si no lees, usted se niega a sí mismo una gran manera de aprender quién es Dios y cómo actúa en este mundo. No existe un estudio más satisfactorio y más amplio que esto.

Leer Para Crecer

La lectura es un medio a través del cual iniciamos y mantenemos el crecimiento personal. Leemos para conocer a Dios y leemos a crecer en nuestra capacidad para honrarlo en cada área de nuestras vidas. Hay tres tipos de crecimiento a los que quiero señalar: Crecimiento en las áreas de debilidad, en ámbitos de poder, y en áreas de responsabilidad.

Identifique áreas de debilidad y lea libros para fortalecer eso. Esta puede ser debilidad del conocimiento, debilidad de carácter o debilidad de entendimiento. Si tienes una visión muy baja de Dios, lea La Santidad de Dios por RC Sproul. Si usted está luchando con la crianza de los hijos, lea Gospel-Powered Parenting por William Farley. Si usted lucha con la toma de decisiones, leerDecisiones, Decisiones de Dave Swavely. Si usted no sabe dónde se encuentra débil, lea un libro sobre la humildad. Sea cual sea su debilidad, existe sin duda un libro que le responde específicamente y bien.

Identifique áreas de fortaleza y lea para crecer aún más. Aquí es donde usted se impulsa a crecer más allá de los principios básicos y se mueve a obras avanzadas. Si se siente cómodo con Gospel-Powered Parenting y todos sus principios, entonces, continúe con Dios, Matrimonio y Familiapor Andreas Köstenberger. Vaya a los libros sobre la paternidad de Dios o libros sobre la Trinidad que le permitan estudiar la relación entre el Padre y el Hijo. Si usted está muy cómodo con Decisiones, Decisiones o Just Do Something de Kevin DeYoung, vaya a La Toma de Decisiones y la Voluntad de Dios, que es cerca de cinco veces más largo.

Identifique áreas de responsabilidad y lea libros para reforzarlas. Cual sean sus responsabilidades, encuentre libros que le permitirán cumplir con mayor habilidad y una mayor comprensión de los principios bíblicos. Los pastores necesitan hacer libros sobre la predicación y el ministerio pastoral en una parte regular de su dieta lectura. Los padres deberían leer libros sobre la crianza de los hijos, los jefes o propietarios deberían leer libros sobre liderazgo, y así sucesivamente. Si usted es el que maneja las finanzas de su familia, lea un libro ocasional que proporcione una perspectiva bíblica sobre el dinero (tal vez La Administración del Dinero de Dios de Randy Alcorn ). Si usted es miembro de una iglesia, lea ¿Qué es un Miembro de la Iglesia Saludable? de Thabiti Anyabwile.

Consejo: las biografías pueden ser muy útiles en cada una de estas áreas. Una biografía de un gran líder le permitirá ser un mejor líder, una biografía de un gran líder que era un padre terrible le enseñará cómo evitar tener éxito en un área, pero fracasar en otra.

Hay muchas maneras de que el Señor nos moldea y nos hace crecer. No me refiero a minimizar el valor de sermones, el estudio personal de la Biblia e incluso las circunstancias. Sin embargo, los libros son un medio muy importante de la gracia del Señor a nosotros.

Lea Para Dirigir

Todo hombre está llamado a dirigir en algún área de la vida, ya sea que sea el liderazgo en el hogar, en el trabajo, en la iglesia o en otro lugar. Los buenos líderes son buenos lectores. Hay, por supuesto, un montón de evidencia anecdótica para demostrar que los grandes hombres de la historia eran lectores –tráigame un gran hombre cuya mente fue moldeada por la televisión y le voy a encontrar mil que fueron formadas por libros— pero necesitamos más que la evidencia anecdótica. La ayuda me vino de Al Mohler y un capítulo en La Convicción para Dirigir titulada “Los líderes son lectores.”

Es obvio que para ser un buen líder, tiene que dirigir de una forma distintivamente cristiana. Mohler aboga por lo que llama “inteligencia conviccional,” que él define como: “El producto del aprendizaje de la fe cristiana, bucea profundamente en la verdad bíblica, y descubre cómo pensar como un cristiano.” En otras palabras, los mejores líderes cristianos aprenden la verdad, la aplican, piensan como alguien que ha sido formado por ella, y dirigen en consecuencia. El hecho ineludible es que sus convicciones determinan dónde dirigir y cómo dirigir. Usted no va a dirigir contrario a sus convicciones y no dirigirá mejor que sus convicciones. Por lo tanto, es necesario definir, desarrollar y refinar continuamente esas convicciones. Mohler dice: “Cuando usted encuentra un líder, usted ha encontrado un lector. La razón de esto es simple: no hay sustituto para la lectura eficaz a la hora de desarrollar y mantener la inteligencia necesaria para dirigir.”

Así que la pregunta para cada uno es la siguiente: ¿De dónde eres un líder? Esto orientara a su lectura. Puede ser muy específico: yo dirijo mi esposa como su marido y puedo ser un líder mejor leyendo El Significado del Matrimonio de Tim Keller. Puede ser menos específico que eso, yo dirijo mi esposa como su marido, así que necesito seguir creciendo en carácter y santidad y por lo tanto voy a leer En Busca de la Santidad por Jerry Bridges.

Como líder, usted se lo debe a aquellos que usted dirige para seguir creciendo como líder. Los hombres son líderes y los líderes son lectores. Así que ¡siga leyendo!

Lea Para Amar

Si bien tendemos a considerar la lectura como una actividad personal, también puede ser un medio para amar a otros. Aquí hay tres maneras de amar a los demás siendo un lector.

Leer para comprender. Ya he dicho que hay que leer para conocer mejor al Señor, para crecer en el desarrollo personal, y para ser un mejor líder. Este tipo de lectura no le beneficia a usted solamente, sino también a los que le rodean. Uno aprende a amar a su esposa mejor leyendoCuando los Pecadores Say “Si Acepto” por Dave Harvey. Uno aprende a amar a su iglesia cuando lees Love Or Die por Alexander Strauch. Uno aprende a amar a sus hijos mejor cuando se leePastoreando el Corazón de un Niño. Eso es muy importante, pero hay un segundo tipo de conocimiento que quiero dirigir a la comprensión de otras personas. Si usted es un marido, leaDesesperado, un libro sobre la maternidad, para entender mejor las responsabilidades y desafíos de su esposa. Esto le ayudará a amarla aún más. Si usted es un miembro de la iglesia, lea un libro sobre pastorear para entender mejor a su pastor.

Leer para Recomendar. Se puede amar a los demás mediante la recomendación de libros que les ayuden en sus circunstancias. Esto puede implicar la lectura de libros que se aplicarán más a los demás que a usted mismo. Un pastor casado puede leer libros sobre la soltería para que pueda recomendar los mejores a la gente de su iglesia que es soltera (y un pastor soltero puede leer libros sobre el matrimonio). Leer ampliamente le permite ayudar a la gente de manera muy específica.

Lea hacia el discipulado. Incluso mejor que la lectura de libros para la gente es leer libros con lagente. Al leer libros con los demás, puede dejar que el autor sea el “Pablo” y usted y la gente con la que lee puede ser “Timoteo.” Actualmente estoy leyendo La Disciplina de la Gracia de Jerry Bridges con 35 adultos jóvenes y yo estoy leyendo Gálatas para Usted por Tim Keller con mi esposa. En ambos casos, inicié la lectura de estos libros, porque sabía que los demás se beneficiarían de ello (aunque, obviamente, me beneficio también). Aprendí a hacer esto de hombres que tomaron el tiempo de leer buenos libros conmigo.

Conclusión

Para algunas personas la lectura es un gran y natural placer. Esta gente leería incluso si no se siente obligado a conocer, crecer, dirigir o amar. Sin embargo, para otras personas leer no es ningún placer en absoluto. ¿Puedo sugerir que estas personas harían bien en aprender lo que es un placer? ¡los placeres se pueden aprender! Hubo un tiempo en que yo odiaba el café, pero la gente me decía que aprendiera a disfrutarlo como un placer. I learned to drink it and now find it a great pleasure. Aprendí a beber y ahora parece un gran placer. De la misma manera la mayoría de los maridos y las esposas pueden dar fe de que han desarrollado intereses comunes que en un tiempo no eran un interés natural.

La lectura es un placer que vale la pena aprender a amar y seguir, incluso si se requiere un poco de esfuerzo al principio. Sin embargo, ya sea que se trate de placer o dolor, comprométase a leer para conocer, leer para crecer, leer para dirigir y leer para amar.

Artículo tomado del Blog El Evangelio según Jesucristo.

PROBADOS PARA SER DEPENDIENTES, Jerry Bridges

Un área de nuestras vidas en la que Dios tiene que trabajar constantemente, es en nuestra tendencia a depender de nosotros mismos y no de Él. Jesús dijo: …»porque separados de mí nada podéis hacer» (Jn. 15:5). Lejos de nuestra unión con Cristo y sin una total dependencia de Él, no podemos hacer nada que glorifique a Dios.

Vivimos en un mundo que rinde culto a la independencia y la autosuficiencia. «Soy el dueño de mi destino: Soy el capitán de mi alma» es el lema de la sociedad a nuestro alrededor. Podemos caer fácilmente en el patrón de pensamiento del mundo, debido a nuestra propia naturaleza pecaminosa. Tendemos a confiar en nuestro conocimiento de la Escritura, nuestra habilidad comercial, nuestra experiencia en el ministerio, e incluso en nuestra bondad y moralidad. Dios debe enseñarnos, a través de la adversidad, a confiar en Él, y no en nosotros mismos. Incluso, el apóstol Pablo dijo que sus dificultades, las que describió como «más allá de nuestras fuerzas» se dieron…»para que no confiásemos en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos» (2 Corintios 1:8-9). Dios permitió que Pablo y sus colaboradores llegaran a una situación tan desesperada, que perdieron la esperanza de la misma vida. No tenían nadie más a quien acudir sino a Dios.

Pablo tuvo que aprender dependencia de Dios tanto en la parte espiritual como en la física. Cualquiera fuera el aguijón en su carne, era una adversidad de la que él desesperadamente quería deshacerse. Pero Dios hizo que ésta permaneciera, no sólo para reprimir cualquier asomo de orgullo en su corazón, sino también para enseñarle a confiar en su poder. Pablo tuvo que aprender que debía depender de la gracia de Dios, el poder de Dios que nos da capacidad, y no de su fuerza; él fue uno de los hombres más brillantes en la historia, más de un teólogo ha dicho que si no se hubiera convertido en cristiano y tal vez hubiese sido filósofo, habría superado a Platón. Dios le dio mucha inteligencia, le hizo revelaciones divinas, algunas de las cuales fueron tan gloriosas que no se le permitió hablar de ellas. Pero Dios nunca le dejó depender de su intelecto o de sus revelaciones, sino de la gracia divina, igual que usted y yo debemos hacerlo. Y lo aprendió a través de grandes adversidades.

No importa si usted tiene muchas debilidades o fortalezas. Puede ser el más competente en su campo, pero puede estar seguro de que si Dios va a usarle, hará que sienta dependencia total de Él. A menudo frustrará cualquier cosa en la que se sienta confiado, para que aprenda a depender de Él, y no de usted mismo. Según Esteban…»Moisés fue enseñado en toda la sabiduría de los egipcios; y era poderoso en sus palabras y obras» (Hch. 7:22). Además…»él pensaba que sus hermanos comprendían que Dios les daría libertad por mano suya»… (v. 25). Pero cuando Moisés intentó tomar el control de las cosas, Dios frustró sus esfuerzos a tal punto que tuvo que huir para salvar su vida, y cuarenta años después, aún no podía confiar en sus propias habilidades e incluso tenía dificultad en creer que lo usaría.

Pablo experimentó un aguijón en la carne. Moisés vio sus esfuerzos de hacer algo para Dios completamente frustrados y convertidos en un desastre. Cada uno de estos dos hombres de Dios, experimentó una dificultad que le hizo darse cuenta de su propia debilidad y total dependencia de Él. Cada adversidad fue diferente, pero tenían el objetivo común de llevar a estos hombres a un nivel de mayor dependencia de Dios. Si Él va a usarnos a usted y a mí, traerá adversidad a nuestras vidas para que, también aprendamos en la práctica a depender de Él.

Fragmento tomado del libro “Confiando en Dios aunque la vida duela” de Jerry Bridges. Disponible en nuestra librería.

Cómo ser padres cristianos exitosos, John MacArthur

«Estoy convencido de que si los padres cristianos comprenden y aplican los sencillos principios que exponen las Escrituras, pueden elevarse por encima de las tendencias de la sociedad secular y criar a sus hijos de una manera que honre a Cristo, en cualquier cultura y sean cuales sean las circunstancias en que se encuentren». John MAcArthur

Temas del video: Creando una Familia Cristiana, el Rol del Padre, estudio de Sociólogos de Harvard acerca de la Delincuencia Juvenil, «Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia».

Este libro de John MacArthur está disponible también en nuestra librería Palabra Inspirada.

PIENSE, John Piper

John Piper ofrece la perspectiva de un pastor sobre la vida de la mente al retar a la iglesia a pensar detenidamente para la gloria de Dios. El nuevo libro de Piper ayudará a los cristianos a «pensar sobre el pensamiento.» Enfocarse en la vida de la mente nos ayuda a conocer mejor a Dios, amarlo más y a cuidarnos del mundo. Junto con el énfasis en las emociones y la experiencia de Dios, también debemos practicar el pensamiento cuidadoso acerca de Dios. Piper sostiene que «pensar es indispensable en el camino a la pasión por Dios.» Por tanto, como podemos mantener un equilibrio saludable entre la mente y el corazón, el pensamiento y el sentimiento Piper nos insta a pensar para la gloria de Dios. El demuestra con la Escritura que glorificar a Dios con nuestras mentes y corazones no es «uno-u-otro, » sino «ambos». Pensar cuidadosamente sobre Dios alimenta la pasión y el afecto por Dios. De la misma manera, la emoción que exalta a Cristo nos guía al pensamiento disciplinado. A los lectores se les recordara que «la mente sirve para conocer la verdad que alimenta los fuegos del corazón.»

Disponible en nuestra librería Palabra Inspirada